Yo aborté en Chile: Reflexiones sobre los derechos reproductivos y la misoginia.

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Cuando tenía diecinueve años quedé embarazada, después de un periodo de mucho miedo, confusión e incertidumbre, asumí que iba a ser madre (no lo decidí, puesto que soy chilena y en Chile el aborto es un delito en cualquier circunstancia, incluso cuando la vida de la madre corre riesgo). A los cuatro meses de gestación se descubrió que el feto tenía un problema y que no iba a sobrevivir. A partir de ahí sucedieron una serie de cosas, lo primero fueron las visitas al médico, el primero hizo la sugerencia off the record que debía realizarme un aborto terapéutico, no dijo ni dónde hacerlo, ni siquiera que era lo más recomendable, dado que ya tenía cuatro meses de embarazo. Frente a esta opción, vino el escándalo por parte de mi padre, quien decidió llevarme al segundo médico, el ginecólogo “familiar”, éste de manera completamente fría y aséptica, prescribió un control periódico del feto, hasta que muriera de forma “natural” dentro de mi cuerpo, momento en el que se me realizaría un parto inducido. Lo segundo que sucedió fue que mi madre, al enterarse de la situación, tomó la decisión de intervenir y hacer las gestiones necesarias para que se me realizara el aborto, nunca me dijo por qué, pero intuyo que empatizó conmigo como mujer y pudo comprender lo terrible e incluso riesgoso que era que se me obligara a continuar con ese embarazo. Lograr que este aborto terapéutico se llevara a cabo no fue fácil, ni en lo práctico, ni en lo emocional, para ninguna de las dos. Tuvimos que viajar a otra ciudad, donde me atendió un médico en su consulta en medio de la noche, de ahí me llevaron a una casa clandestina, donde una enfermera supervisó contracciones y un posterior parto inducido, inmediatamente después me volvieron a llevar a la consulta donde me hicieron un raspaje. Yo en todo ese proceso no era más que algo a lo cual se le realizaban procedimientos y se llevaba de un lado a otro, durante todo ese tiempo estuve aterrada, y con una sensación horrible de vulnerabilidad, todo era sórdido y violento. Cuando todo terminó volvimos a casa y nunca más se volvió a hablar del tema. En todo este proceso, que duró varias semanas, yo dejé de ser una persona, dejé de tener la opción de elegir, de expresar mis deseos, mis emociones, mi cuerpo dejó de ser mío y se transformó en un objeto de conflicto y en general me sentí todo el tiempo en un limbo en que debía hacer, decir y callar lo que otros/as me indicaban. Así y todo, tuve suerte porque mi familia contaba con los medios económicos de procurarme esta opción y porque mi madre tuvo el valor de enfrentarse a la “ley” y acompañarme en este tiempo.

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Cuento todo esto, no porque quiera desahogarme o porque me guste compartir mis experiencias, sino porque creo que es importante hablar sobre los derechos reproductivos de las mujeres en Chile de manera concreta, señalando que no es un debate abstracto moral, filosófico, y mucho menos teológico, sino que es una cuestión que afecta a la vida de mujeres reales, cada día, sin importar su condición social, ni su nivel de educación. Y el debate no es ni siquiera sobre el derecho al aborto es, como antes digo, sobre los derechos reproductivos de las mujeres chilenas, sobre el derecho a decidir sobre sus cuerpos. Es un debate que incluye por ejemplo, la forma paternalista y violenta en que muchos ginecólogos tratan a las mujeres que los consultan, haciéndolas sentir juzgadas sobre su sexualidad y sus cuerpos, infantilizándolas, negándoles la información que necesitan, etc. Prácticas médicas que recientemente se han empezado a nombrar como violencia obstétrica. Todo este proceso incluye también la discriminación abierta y nuevamente violenta que aplican las isapres (sistema privado de salud chileno) en los costos de cobertura médica a las mujeres en edad fértil, la ausencia de una educación sexual y afectiva, y la discursividad misógina aceptada y difundida en relación a todos estos temas.

Con respecto a esto último, me parece relevante denunciar las declaraciones públicas hechas a través de la sección “cartas al director” del periódico el Mercurio, durante los últimos meses, con relación al proyecto de ley de aborto terapéutico en Chile (que solo acepta tres causas: riesgo de la vida de la madre, inviabilidad fetal y violación). Esta es una ley que se está discutiendo en el congreso nacional desde hace más de un año y que una vez más ha sido aplazada, esta vez para marzo (se ha tratado de aprobar en diferentes momentos desde el año 1991 sin éxito ). Las cartas a las que me refiero, incluyen autoridades académicas como el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ignacio Sánchez , quien señala su abierta y más rotunda objeción a esta ley y lanza consignas claramente misóginas como que permitir el aborto en casos de violación, cito textual, “atenta contra la vida del ÚNICO ser inocente en este acto repudiable: el niño en gestación”. En este conjunto de cartas al director, personajes de la iglesia, del área de las ciencias e intelectuales de todo tipo, discuten sobre el aborto y lanzan frases como “el aborto es el asesinato de un niño inocente” o un “proyecto de ley que atenta contra la vida” y otras perlas como:

“el (indispensable) apoyo a la mujer violada no puede consistir en la eliminación de la guagua -máxime cuando no existe evidencia de beneficios para la mujer derivados del aborto-«. Claudio Alvarado R, Investigador Instituto de Estudios de la Sociedad. 19 de febrero de 2016.

“sólo es propio de lo humano la ‘ética amorosa del sacrificio voluntario por el otro’, donde el otro ser (en este caso el embrión en desarrollo desde su primera célula viva) está siempre antes que yo, especialmente si es más débil y sufriente”.
“De alguna manera es el embrión en desarrollo el que «usa» en forma «inteligente» a la madre para su desarrollo evolutivo reflejando e incorporando la historia completa de nuestra especie”. Sergio Canals Lambarri, Psiquiatra Infanto-Juvenil. 19 de febrero de 2016.

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Obviamente, en este debate público hay algunos que defienden la postura de aprobar esta ley de aborto terapéutico, aunque señalan su rechazo a una ley de aborto libre o a una ley de plazos, sin embargo, hay cosas que me causan un profundo desconcierto, rechazo, angustia y rabia. Una es que en el debate y la discusión en los medios de comunicación todas las opiniones, o al menos un 95%, ya sean cartas al director, columnas o comentarios, son escritos por hombres, no hay ninguna declaración, argumento o respuesta hecha por alguna líder feminista, por alguna mujer filosofa, bióloga, madre, médica, etc. (a excepción de la carta de dos dirigentes estudiantiles en respuesta al rector de UC). No hay ninguna experiencia real de alguna mujer que haya pasado por una situación de aborto o de no aborto habiéndolo necesitado, o incluso de alguna mujer antiabortista o de una monja. O sea, en una discusión que es directamente sobre los derechos de las mujeres, sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra vida e incluso muerte, no hay más que hombres discutiendo, con sus pipas y sus citas a filósofos, la biblia, etc. y hablando de conceptos como “la vida humana”, “la ética”, “la moral”, “la madre”o “la criatura inocente”. Lo que constituye un claro ejemplo de que a nadie le importa la cuestión de fondo, ésta es una ley sobre derechos reproductivos de las mujeres y no una ley sobre los derechos del no-nato, no una discusión sobre cuándo empieza la vida humana, no de qué es moral y qué no lo es, no de cómo la sociedad debe abordar el tema de la malformación o la violación. Todos esos debates son importantes y necesarios, pero son independientes al hecho que las mujeres puedan, al menos, en estos tres casos, tener la autonomía de tomar la decisión sobre su vida y su cuerpo.

Me molesta el paternalismo asqueroso con el que hablan de un proyecto de ley alternativo, que remplace la ley de aborto en los casos mencionados, procurando un completo programa de acompañamiento para las madres. Esta medida no hace más que victimizar y generar una dependencia horrorosa, una vez más, infantilizando y quitando autonomía a las mujeres. Por otro lado, un programa de acompañamiento y una ley de aborto terapéutico, de supuestos, de plazos o libre, no son incompatibles y ambas operando juntas podrían dar respuesta tanto a aquellas mujeres que deciden seguir sus embarazos, como a las que estuvieran en el conflicto frente a la opción de abortar y a las que decidieran libremente optar por esta vía, en otras palabra, la opción de decidir. Claro está, que el hecho de que las mujeres tengan la opción de decidir no se les pasa siquiera por la cabeza.

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Me molesta que, descontando algunas organizaciones como Miles Chile y instituciones como SERNAM (servicio nacional de la mujer) que apoyan este proyecto de ley, no exista un movimiento ciudadano, o feminista o de mujeres, que esté en la calle exigiendo que se respeten los derechos humanos de las mujeres. ¿Tan adoctrinadas estamos las mujeres chilenas que nos parece normal que esta ley (que no hace nada más que reconocer que las mujeres tienen un mínimo derecho a ser valoradas, como seres humanos y no como meras matrices reproductivas) lleve 15 años tratando de ser aprobada, encontrándonos aún en el mismo punto?

La otra situación relativa a este debate, que como antes digo, me causa un terrible malestar e indignación, es que se objetualiza completamente a las personas de las que se habla (las mujeres con embarazos que entran dentro de los tres supuestos). Se las trata de “madres”, lo que en este contexto implica un rol que deshumaniza y anula su condición de sujetos individuales. Se asume que una mujer embarazada ha perdido la condición de sujeto, para convertirse en madre y que desde ese punto su cuerpo ya no le pertenece, es de propiedad pública. En todo el debate no se habla de las mujeres, se habla principalmente de la “víctima inocente” que es el feto, una vida que por lo demás, hasta no haber nacido no es un organismo autosuficiente. Cuestión sospechosa que todos hablen por un ser vivo que no puede expresar lo que quiere o no quiere. ¿En qué momento se decidió que lo que es mejor para un feto que es incompatible con la vida fuera del útero, es seguir gestándose hasta morir de forma natural? ¿En qué momento se decidió que para un ser humano es mejor nacer como producto de una violación, solo porque la madre estuvo obligada a continuar el embarazo, a no nacer? ¿Por qué hay tantos y tantas que se apropian de una verdad que desconocen, solo porque no pueden ser desmentidos, aunque tampoco puedan ser corroborados?

La única cuestión que veo clara es que quienes se oponen al aborto terapéutico son bárbaros, misóginos y viven en un oscurantismo nauseabundo, son unos sádicos y ególatras que sólo quieren imponer su verdad por encima de todo. Quieren conservar el poder sobre “la salvaje capacidad reproductiva de las mujeres” porque quien gobierna sobre la vida y la muerte tiene el mayor poder, y la iglesia y las derechas, como representantes del patriarcado más recalcitrante, no van a ceder ese privilegio tan fácilmente, porque ésta no es una discusión sobre moral, es una discusión sobre bio-política.

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Así que les digo que que YO aborté, y fue una experiencia traumática, no por el aborto en sí, ni por la culpa de estar “asesinando a un niño inocente”. Fue traumática porque fue en la clandestinidad, porque estuve expuesta a muchísimos riesgos y tuve miedo, porque me sentí vulnerable e infantilizada, porque es un tema tabú en Chile y fue difícil poder hablarlo abiertamente y poder expresar mis sentimientos con respecto a toda la situación que había vivido, fue traumático por culpa de toda esa gente que criminaliza a las mujeres que ejercen el derecho sobre sus cuerpos.

Por: Rocío Cano