No soy periodista, por lo tanto, no escribo este texto con la intención de informar de hechos ocurridos, tampoco soy una opinadora, lo que pueda o no decir sobre un tema, no tiene una repercusión mediática y tampoco soy una escritora capaz de mover conciencias o encender a las masas, soy simplemente una mujer chilena, que ha abortado y que también ha parido un hijo, y que, ante todo, ha sido moldeada mental, emocional y físicamente por un sistema que cada vez que una mujer intenta alzar la voz, que intenta salirse de los estrechos márgenes que la han definido, que se harta de aceptar injusticias y someterse sin oponer resistencia, reacciona volcando toda su maquinaria de violencia (simbólica y material) para volver a colocarla en su lugar.
Desde este lugar, que es un cuerpo, que es una geografía, una experiencia y una memoria, me sitúo para expresar dos cuestiones que me han movido a la reflexión estos últimos días. Ambas tienen que ver con la marcha por el aborto libre que se produjo el 25 de julio en Santiago de Chile.

Fotografía aparecida en la página web http://www.humanas.org el día 26/07/2018
En primer lugar, y es lo que creo que debe imponerse, es la alegría que me causa que, en Chile, se haya al fin consolidado un movimiento feminista y de mujeres que es capaz de articular un discurso y una lucha, y que además se hermanen con las luchas afines de las mujeres en otros países de Sudamérica. Esto no es poca cosa, y tampoco es una moda, es un movimiento que se está dando a nivel global y que está cobrando una fuerza enorme, lo que me lleva inevitablemente al segundo punto (por desgracia). El hecho de que este movimiento, al pasar de ser la invisible manifestación de grupos aislados que exigían derechos básicos para las mujeres, a ser un movimiento organizado y masivo que se impone y que genera alianzas entre mujeres, se ha transformado en una amenaza para aquellos grupos reaccionarios e intolerantes, que son incapaces de aceptar la pérdida de su privilegio de imponerse sobre lxs otrxs.
En la marcha se vieron desplegadas de forma explícita estos mecanismos de resistencia patriarcal, los intentos de sabotear la marcha con barricadas realizadas por sujetos encapuchados; los carteles ofensivos y violentos: “Esterilización gratuita para las hembristas”; la simbología desplegada (fascista y nazi, además reforzada por sangre y viseras de animal); la violencia física materializada en los cuerpos de tres mujeres apuñaladas y otras muchas personas agredidas, y la apatía frente a estos sucesos tanto por los cuerpos de seguridad, en el lugar y momento mismo, como de las autoridades de gobierno luego, dan para un análisis largo y complejo.

Fotografía por El Desconcierto / 25.07.2018 @eldesconcierto
Creo que este análisis debe comenzar con una necesaria vuelta de tuerca, cambiar nuestra mirada y atacar a estos sujetos (porque, aunque haya mujeres involucradas es un dispositivo machista y misógino), no solo con el discurso de las represalias legales o el repudio público, que claramente deben existir y se deben demandar, sino también haciéndoles frente desde los discursos y la construcción simbólica. Hay que ridiculizarlos, hay que exponerlos como lo que son: cobardes, hay que gritarles a la cara que entendemos su motivación: están asustados, amedrentados y sabemos que ante la IMPOTENCIA que sienten al darse cuenta de que sus creencias y sus “valores” están condenados a ser considerados anacronismos bárbaros de una época poco civil, y ante la falta de argumentos para defender sus privilegios excluyentes y que se sostienen exclusivamente en el sometimiento de Otrxs, la única forma que tienen o conocen para contraatacar es el terrorismo, el despliegue de violencia, la intimidación, pero claro, a cara cubierta. Estos sujetos están cagándose en los pantalones porque se están convirtiendo en una minoría IMPOTENTE, de ahí sus reacciones brutales y virulentas, que no son demostraciones de poder, sino todo lo contrario. Sin embargo, no debemos sentir ninguna empatía por ellos, no debemos perdonarlos, no debemos desestimar la amenaza que representan estos discursos de odio, tampoco debemos verlo como un hecho aislado y sin sustancia, debemos combatirlo, evitar que se expanda ese odio, porque un idiota desesperado e impotente es un arma cargada. Debemos restarles poder, quitarles la capacidad de asustarnos, de hacernos dar un paso atrás, porque ya no somos esa pobre mujer sola, indefensa, vulnerable a la que tanto les gustaba tener bajo control. Ahora, y cada vez más, somos una fuerza colectiva, una hermandad de mujeres, que no les vamos a tener miedo porque no estamos solas y sabemos que somos fuertes y también estamos enojadas, pero a diferencia de ellos, tenemos armas mejores que la brutalidad para defendernos y para luchar por nuestros derechos.

Fotografía por El Desconcierto / 25.07.2018 @eldesconcierto
Otro asunto importante para el análisis de estas cuestiones es la responsabilidad del gobierno y los medios de comunicación masivos. Me parece que frente a un abierto llamado a ejercer violencia física sobre las mujeres (grupo mayoritario de la población) y frente a las agresiones sufridas, lo primero que debería haber sucedido es que el gobierno y la oposición respondiera de forma contundente, pero, además, debería responder no solo repudiando los actos de intolerancia en general, sino estos en contra de las mujeres de forma particular. Sin embargo, para hacerlo tendría que apoyar a los movimientos de mujeres y sus demandas, en caso contrario, el mensaje se vuelve contradictorio y absurdo: cómo se puede tomar en serio el repudio del gobierno a las demostraciones de violencia misógina, cuando la propia legislación lo es, y son ellos los que se resisten a cambiarla. Si las leyes, el gobierno y todo un sistema considera que las mujeres no son sujetos y que sus cuerpos deben ser expropiados para la reproducción, entonces ese gobierno está autorizando a que se nos considere como tales.

Publicado por: María José Villarroel el viernes 27 julio de 2018 en: http://www.biobiochile.cl
Por lo tanto, no hay solo que ver estos hechos como la manifestación de una violencia ejercida por grupos extremistas particulares, sino como la encarnación de un sistema cultural, social y político, que es patriarcal, machista y misógino y que estructuralmente ejerce violencia sobre las mujeres de este país. Así que, hermanas, a seguir luchando, hay que ser valientes y no dar ni un paso atrás.
TEXTO: ROCÍO CANO